Una crisis de pareja no significa necesariamente el fin de una relación pero su presencia hace saltar la alarma y nos alerta de que algo no va bien. Un diálogo sincero es el mejor antídoto.
El amor es un delicado ser vivo dotado de vida propia y rumbo impredecible ante el que no se puede bajar la guardia en ningún momento. La rutina, la pérdida del respeto o una excesiva familiaridad mal entendida amenazan sus cimientos, que son los cimientos de toda relación.
El paso del tiempo es un gran enemigo a combatir y la conquista diaria la única arma para mantener encendido su fuego sagrado. Mientras que al inicio de una relación se suele padecer una ceguera transitoria para con los defectos del ser amado, las virtudes parecen desvanecerse con los años y a veces se instala en los corazones un sesgo perceptivo que por norma coloca en primer plano las imperfecciones del otro, como si se mirára a través de una lente de aumento. Si a esta circunstancia se suma la infidelidad, será mejor que se despida de los favores del caprichoso Cupido.
Dentro de un orden, las crisis de pareja forman parte de la relación amorosa. Se trata de momentos difíciles en los que parece tocarse fondo y sobre los que sobrevuela bajo el fantasma de la separación. El conflicto se vive como una amenaza que abre brecha en nuestra siempre frágil seguridad emocional. El desenlace dependerá de cómo sepamos afrontar esta especie de naufragio transitorio; sólo un cambio de actitud y de enfoque puede devolvernos el amor.
Ruptura o fortalecimiento Si una pareja logra salir de este conflicto, la relación se ve fortalecida y ambos miembros experimentan un crecimiento personal y afectivo considerable. Pero si fracasa en el empeño, la ruptura puede convertirse en la única salida hacia delante. Determinados estados emocionales como la depresión y la ansiedad pueden afectar seriamente una relación y la solución tiene que pasar, en primer lugar, por la curación del miembro que las padece.
A la hora de salvar la situación la capacidad comunicativa y de autocontrol emocional son piezas claves. Aquilino Polaino Lorente, catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense de Madrid, en su libro Madurez personal y amor conyugal. Factores psicológicos y psicopatológicos, puntualiza:
"La comunicación entre los cónyuges es una nota esencial del matrimonio sin cuya continua presencia es muy difícil que éste no zozobre, encallando definitivamente. Es un hecho sociológicamente comprobado que la queja más frecuente de las esposas es precisamente la falta de comunicación con sus maridos, la incomunicación que existe entre ellos".
En efecto, los problemas de comunicación son una de las dificultades más graves y habituales que manifiestan las parejas en conflicto y la principal causa que motiva en los matrimonios la necesidad de acudir a un terapeuta familiar. La capacidad de diálogo sincero es un rasgo distintivo de madurez personal. Aunque los expertos aseguran que la mujer tiene mayor habilidad para expresar sus emociones, la transparencia debe caracterizar una comunicación entre iguales, donde no existan dominadores ni dominados, vencedores ni vencidos... Sólo así, puede salvarse el amor, una conducta motivada por la que el amante y amado tienden a la fusión.
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